La noche había sesado y el sol se asomaba. Su luz iluminaba hasta el rincón más oscuro de cualquier lugar. Los pájaros cantaban desde la rama más alta y las mariposas borboloteaban de un lado a otro. Dentro de la casa se oían zancadas subiendo las escaleras. La puerta se abrió y el desayuno cayó al suelo.
El cuarto estaba completamente desordenado y el vidrio de la ventana estaba roto. La ropa se encontraba fuera del closet, el tocador estaba escurriendo en perfume. Lo que más lo desconcertó fue que, Morgan no estaba.
Gustav salió furioso de la habitación sin importarle que el desayuno lo haya dejado tirado. Bajó rápidamente las escaleras esquivando las preguntas de su abuela. Solamente pudo obtener de respuesta un portazo que Gustav dio. Subió a su auto y se fue sin rumbo alguno tratando de encontrar a aquella chica que, aunque fuese difícil creerlo de él, le hacía sentir sensaciones que jamás había sentido. Buscaba desesperado con la mirada por todos lados. Incluso llegaba a confundirse con chicas que tenían rasgos similares al de ella.
“Maldición”- se repetía una y otra vez cada que no encontraba una señal de ella. Miraba su celular y lo único que lo desconcertaba era la hora. Solamente un nombre se le pudo venir a la mente mientras pensaba tanto en Morgan… “Bill”
Dio la vuelta muy rápido que las llantas del auto rechinaron fuertemente llamando la atención de la gente que pasaba cerca de la carretera de Hamburgo. Tanto era el coraje que sentía que el camino se le hiso demasiado corto que, para él, pasaron 5 minutos de camino.
Solamente le bastó con estar frente a la puerta de los Kaulitz para comenzar a gritar y golpear fuertemente la puerta. Bill salió espantado y furioso a la vez.
Bill: ¿Qué demonios te pasa?- cuestionó enfadado. Gustav evadió su pregunta y empujó a Bill entrando a la casa.- Oye, eres mi amigo y jamás te prohibiría poner un paso en mi casa. Pero no me orilles a hacerlo.- dijo señalando a Gustav.
Gustav: ¿Dónde está?-gritó.
Bill: ¿Quién?
Gustav: ¡Morgan!
Bill: Ella no está aquí.
Gustav: ¿Entonces… donde?
Bill: Tú debes de saberlo. Cómo la tienes muy bien protegida.
Gustav se enfadó pero a la vez se sintió culpable, dándole la razón a su amigo. No pudo haber sido posible que después de todo él no se haya dado cuenta de a qué hora salió Morgan de la casa. Pero lo que más le inquietaba era lo desordenado que estaba su habitación. Eso no pudo haberlo hecho ella, era muy limpia y ordenada.
Bill: ¡Oye!-gritó desde la puerta.- Si te hace más tranquilo…-bufó- está con Tom en el Cyber de la siguiente cuadra.
Gustav sólo levantó la mano izquierda como si le estuviera agradeciendo mientras con la otra abría la puerta de su auto. Se subió aún más confuso. “¿Qué harían en un Cyber?”
Arrancó su auto y se dirigió a donde Bill le dijo. Tenía muy poco que preguntar pero tanto porqué pedir disculpas.
Se estacionó en la banqueta que estaba frente al Cyber, pudo notar lo contenta que estaba Morgan con Tom. Moría de curiosidad por saber que era lo que él le mostraba, pero no quería arruinar más la felicidad de ella. No quería sentirse más culpable de su infelicidad. El único hogar que ella tenía no quería derrumbarlo. Negó con la cabeza y dejó de mirarla, puso la vista de frente y las manos en el volante. Rápidamente se fue de allí.
*****
Morgan: -riéndose- ¿Enserio eres tú?
Tom: Sí. Antes tenía rastas.
Morgan: ¿A esos nudos se les llaman rastas?
Tom: Si. ¿Quieres hacerte unos?
Morgan: No gracias. Estoy bien con mi cabello.
Tom: Y exactamente… ¿Para qué querías verme? –Preguntó sin quitar la mirada del monitor.- Creí que me odiabas por lo que te había hecho.
Morgan: Eso ya lo olvidé. Deberías saber que tengo la costumbre de desechar todo lo malo y quedarme con todo lo bueno.
Tom: ¿Y qué hay de bueno en mí?
Morgan: Esto. –levantó su mano derecha mostrándole el hermoso anillo que Bill le dio la noche anterior. Tom lo miró y sonrió tímidamente. Tomó su mano y la besó.
Tom: Es hermoso cómo tú.- mencionó después de verla intensamente a los ojos. Comenzaba a gustarle aquellos ojos azules con destellos dorados. Simplemente le gustaba su mirada. Le gustaba sentir su piel tan suave y con ese aroma tan agradable que hechizaba.- Gracias.
Morgan: ¿Por qué?- preguntó confusa.
Tom: Por perdonarme. Por darme la oportunidad de conocerte. Por haber sacado de mi boca una sonrisa de verdad, tan sincera.
Morgan: ¿A qué te refieres?
Tom: Vallamos por un helado y te platico.
Ambos se levantaron y Tom pagó el tiempo que estuvieron allí. Tom la tomó de la mano y salieron del lugar. Caminaron durante quince minutos en silencio hasta que llegaron a una heladería. Pidieron su helado y salieron a caminar por otros rumbos.
Morgan: Ahora sí.- dijo Morgan sentándose en la banqueta.- soy toda oídos.
Tom se extrañó que Morgan se haya sentado ahí, más que nada por la experiencia que tenía con las chicas. A ellas no les gustaba ensuciar su ropa. Pero ella era totalmente diferente. Le valía completamente todo. No le interesaba ensuciarse. Él le siguió la corriente y se sentó al lado de ella.
Tom: Pues… tú deberías saber que nosotros somos… famosos. Y la vida de un famoso suele ser un tanto difícil. Más que nada, lo malo es que la gente se acerca por interés a uno. Y debo ser sincero contigo. Eso fue lo que creí de ti cuando recién te conocí. Y si quise besarte fue porque quería demostrarles a los chicos que eras una… chica… interesada por así decirlo. Pero me demostraste todo lo contrario. Y créeme que, ahorita que me diste la oportunidad, me has hecho sentirme completo. No podía sentirme bien por el remordimiento. No sé pero… con tan sólo mirarte me bastó para sentir… ammm… ¿Cariño? –Se rió ante la idea de querer a una chica.- eres como la hermana que nunca tuve.
Morgan no pudo ni saborear su helado ante todo lo que se le había declarado. Era incómodo pero a la vez sentía una sensación distinta que para ella era… sensacional. En su estómago podía sentir un leve cosquilleo con cada palabra que mencionaba Tom. Pero al momento de que él mencionó lo último le hacía estremecer bastante que no pudo evitar soltar una leve lágrima.
Tom: No llores bonita. Sonríe. Por mí. ¿Sí?
Ella asintió con la cabeza y sonrió de nuevo. Mientras Tom daba grandes saboreadas a su helado.
Morgan: pero prométeme una cosa.
Tom: Lo que quieras bonita.
Morgan: Que nunca dejarás que algo me pase.
Tom: ¿Por qué lo dices? ¿Algo ocurre?
Morgan: No, nada. Sólo… promételo.
Tom: Claro que sí. Por ti hasta me pelearía por defenderte. A capa y espada. Todo por proteger a mi bonita.
Tom besó la frente de Morgan y ambos siguieron comiendo su helado. Era algo tan inmenso lo que Tom sentía. No entendía cómo es que él fue capaz de mencionar tantas cosas cuando antes le era imposible. No entendía su actitud. Ahora entendía el porqué su gemelo se había enamorado de una chica tan bella e inocente como Morgan…
***
…Morgan…
En un sueño, me encontraba en la Isla que me dio la vida. Me sentía tan libre y sin preocupaciones. Con una flor en mi cabello y mis alas de Mariposa que tanto echaba de menos. Sin nada de la vida actual, sin nada intelectual ni formal. Sólo podía respirar tranquilidad. Corrí hacia el centro de la Isla en busca de mi padre. Una vieja oruga que jamás pudo convertirse en una Mariposa. Apostaba a que iba a ser la más hermosa. Busqué bajo el árbol más viejo de lugar, pero no había encontrado nada. Me preocupaba ya. Corría por toda la Isla gritándole para ver aunque fuese una señal. Pero no hallaba nada. De pronto el suelo comenzó a temblar. Rápidamente me tiré al suelo. Los árboles cayeron y el agua se esparció por todo el lugar. El sol se cegó y la oscuridad me envolvió. Abrí los ojos y me di cuenta de que todo era un sueño. Me levanté de la cama rápidamente. El suelo estaba completamente frío. Mi garganta estaba seca por lo que necesitaba rápidamente un poco de agua. Abrí la puerta y había una chica parada ahí, era como si ya hubiese sabido a qué hora abriría la puerta. Se fue acercando violentamente a mí. Tomándome del cuello y metiéndome de nuevo a la habitación. Comencé a gritar muy fuerte con la esperanza de que Gustav llegara y la detuviera. Pero todo fue en vano. Él nunca llegó. Nunca me escuchó.
“¿Quién eres?”- preguntaba mientras trataba de quitar su mano de mi cuello. Comenzaba a asfixiarme. La miré con la oportunidad de tenerla muy cerca de mí. Era la misma chica que vi antes. En el parque que Gustav me había llevado. Su rostro era el mismo aunque su verdadera apariencia no.
-Mi nombre es Arabelle. Y pagarás por lo que has hecho.
No entendía nada. No he hecho nada. Al menos eso era lo que creía.
Arabelle: pediste algo que nunca debió haber sido cumplido. Y ahora, la vida de mi familia está en riesgo.
Morgan: No entiendo a qué te refieres.- mencioné con esfuerzo hasta que ella me dejó caer por completo.
Arabelle: Si tú no hubieras pedido ese estúpido deseo de ser humana y saber lo que es el amor, tu padre no hubiera fallecido. Ahora sin él nosotros estamos en peligro. Y si no recuerdas nada te refrescaré la memoria… tu padre, la gran oruga, tenía un pacto con mi padre. El águila más hermosa de todas. El pacto fue que, si uno de ellos moría el otro también. Tu padre murió por falta de poder. Y ahora el mío lo estará también. Si no te mato a ti, él morirá.
Morgan: ¿Y por qué a mí?
Arabelle: Porque eres la hija del rey de Schmetterling.
Me sentía tan fatigada que lo único que escuchaba era como destruía cada una de mis cosas. Comencé a llorar desconsoladamente. Ella se acercó a mí y lo único que pude sentir fue un gran golpe en mi estómago. Ese era mi punto débil para quedar completamente inconsciente.